lunes, 26 de febrero de 2007

Conclusiones...


Aquí estoy cruzando el canal de Chacao, no diciéndole adiós, sino hasta luego, a un lugar que caló hondo en mi forma de pensar.

Este fue el término de una aventura; no con dragones ni rescate de princesas (como yo hubiera querido), tampoco desbaratando una familia de la mafia o apoyando a un pueblo en revolución. Fue simplemente un recorrido de unos quince días por las maravillosas tierras chilotas, que no tienen nada que envidiar a los escenarios de tabiquería de "El Señor de los Anillos". Lo confieso, la idea del viaje nació de la ira al no poder asistir a los trabajos voluntarios y de la flojera de no querer desarmar la mochila; de hecho, al llegar a Chiloé no tenía otro fin que despejarme del cerro de mierda capitalina en el cual me estaba sepultando. Así, sin ningún horizonte fijo en mi mente, comencé a caminar...
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Sin embargo, llevando solamente unos minutos con mis pies en Castro, ya comencé a percibir que un ambiente diferente se respiraba: gente, como en todos los lugares, pero con una disposición de ánimo distinta, que no intentaba golpearte con el hombro cuando pasabas a su lado, además de un aire puro tan exquisito que no te cansa a la primera bocanada; o riquezas culturales y naturales que poco a poco me iban robando el aliento. De inmediato, tomé conciencia de que estaba empezando algo, de que yo me había impuesto otro objetivo en esos parajes aunque no supiera claramente qué era; posiblemente, en el camino iría develando lo que realmente había ido a hacer allá.



Comencé esta excursión solo, sin más acompañantes que mi mochila y un cúmulo de dudas sobre cómo diantres lo haría para comer, dormir, dónde iba a ir al baño cuando lo necesitara y a quién cresta podría avisarle en caso de que me sucediera algo. Siempre es necesario plantar una raíz en el lugar donde se llega, pero ahí me di cuenta de que si bien tenía mucha gente alrededor, en realidad me encontraba absolutamente solo; aunque esta situación duraría sólo unos momentos. Fue de gran ayuda la presencia de Pamela, una dueña de casa que prestaba su patio para acampar, con quien pude darme cuenta de que no es mito eso que dicen de la buena voluntad de la gente de esos lares. Comenzamos a hablar, pero de cosas que iban más allá de los consejos sobre cómo ubicarme o los lugares que debería visitar en el viaje; de hecho, me habló de su familia, yo de la mía, de su vida, y yo de la mía y al final, más o menos a las cuatro de la mañana y después de varias horas de charla, me di cuenta que había encontrado una especie de confesora que nunca me habría imaginado hallar tan lejos de mi círculo social.


Con los buenos consejos y la buena disposición de ella, me despedí y emprendí el viaje hacia otros lugares de la isla. A veces con gente que yo conocía de Stgo. y con quienes coincidí en esos parajes, a veces acompañando gente tremendamente interesante que conocía en el camino y que se encontraba en mis mismas circunstancias, o incluso solo, sin ver absolutamente ninguna cara por días. Después de conversar con todas estas personas, me fui dando cuenta del universo que acarrea sobre su espalda cada ser humano. Antes les había dicho que toda persona es una novela erguida sobre dos pies, y que cada uno elige ser el personaje de algún escritor específico; eso es una conclusión que saqué al ver los diversos estilos de vida de mis acompañantes que a veces podían diferir mucho del mío en cuanto a la lógica de sus actos, pero que no necesariamente eran erróneos puesto que respetaban al otro. El metro cuadrado es algo que no se debe violar, pero de lo cual puedes hacer participar a los demás; y cuando alguien te invita a ese espacio íntimo, abierto por una taza de café, una caja de vino o simplemente un espacio libre en la banca de una plaza, se experimenta el gozo pagano de decir "nosotros".



Lo otro fue la riqueza cultural. El capitalino de mente estrecha puede decir "aquí hay multitiendas y discotheques y andan en auto y no viven en rucas", pero todo eso es nada más que una máscara de modernidad que ha tomado una herencia a la cual se le ha perdido el rastro de su procedencia. La forma de trabajar la madera, por ejemplo, que en ocasiones se usaba hasta para hacer candados, o la construcción de iglesias en las cuales se puede percibir toda una cosmovisión original de estas tierras, son señales que nos dicen "mira, ésta es la forma en que pensamos y lo que creemos", y no se requiere más que un poco de ingenio para ir develando estos signos. Un caso emblemático es un documento que pude examinar: un mamotreto legal, del año 1880, donde las autoridades sometieron a juicio a los brujos de la isla. Para nosotros, malditos y arrogantes posmodernos, nos puede parecer muy primitivo creer en este tipo de cosas, pero sin ir más allá nosotros también tenemos nuestras propias creencias que pueden pasar por una determinada religión, la voluntad de poder nietzcheana, una ideología política o incluso el ateísmo. Nosotros no estamos un paso más arriba que las autoridades que enjuiciaron a los brujos, sino como vecinos que pensamos de forma diferente. Igualmente, quede con las ganas de poder encontrar a alguna de las criaturas míticas de la isla, pese al peligro que ello reporta.

El punto fuerte de este lugar fue, y es, la riqueza natural en la cual se inserta el mundo chilote. Las condiciones climáticas de la isla hacen que en ocasiones surjan formas inimaginadas en el tronco de los árboles, que en toda su magnitud sirven como hogar a una fauna muy variada y a la cual se le puede encontrar fácilmente en cada caminata a muy pocos metros de nosotros. Ver casos como el tepu, que esconde el verdadero suelo bajo su tronco y sus raíces quizás a cuánta distancia bajo los pies, o escuchar un coro de aves cantando bajo la noche, sin el miedo de la presencia humana cerca, nos muestra cómo todavía existen voraces paraísos sobre la tierra. También todo esto es una lección para demostrarnos cuán insaciable es el apetito y la arrogancia humana, que a veces cree superar el curso natural, sin tomar en cuenta que nosotros también formamos parte de ese todo. El asunto es de una sencillez de dos dedos de frente: o comenzamos a preocuparnos por preservar lo que nos queda de paraíso sobre la tierra, o simplemente nos hundimos todos juntos en la propia trampa que nos estamos creando. Por lo demás, de seguir así nosotros desapareceremos en poquísimos años, pero la naturaleza tiene una perseverancia mayor de lo que podemos imaginar; de esta forma puede recuperarse del daño y librarse de la cruel mano de la humanidad, que a estas alturas se comporta de la misma forma que un cáncer.


Es así, de una forma tan simple, que se puede comenzar a ver el mundo a través de otro cristal; los recursos para llevar a cabo estos viajes son lo estrictamente necesario: pies, buena disposición y una mochila; el resto es solamente aprender y disfrutar. Por las necesidades básicas no hay que preocuparse; de hecho, me di cuenta de que puedo comer donde quiera, dormir donde quiera, en incluso ir al baño... donde quiera. Y si aún perdura el miedo ante la satisfacción de las necesidades, no hay que preocuparse; total, la sal del peligro es parte de nuestra vida.

Me pongo el parche antes de la herida. Hay quien puede decir que en realidad yo sólo alcancé a estar quince días en la isla, y que en realidad eso es tiempo insuficiente para conocer verdaderamente un lugar; yo lo confirmo, fueron nada más que quince días, pero exprimidos hasta la última gota. He intentado expresar lo inexpresable a través de estas letras, y ojalá otros se animen a comenzar sus propias conclusiones acerca del mundo que está más allá de la punta de nuestra nariz.


Buen viaje

viernes, 23 de febrero de 2007

La maldita tecnología

Estaba preparando un artículo...

Pero me traicionó la tecnología y me lo borró justo cuando lo iba a publicar. Además, estoy intentando instalar un router en la casa, pero salió bastante testarudo y no me pesca ni en bajada. Comúnmente, la gente no me toma en cuenta cuando les digo que el fin está cerca, y que queda poco para la rebelión de las máquinas. Sin embargo prepárense, porque hoy puede ser tu juguera negándose a girar, o tu computador borrándote archivos; pero mañana será un robot sacándote los ojos o algo peor.



¡El Apocalipsis está cerca, el Y2K no es un mito!

En fin, nos vemos antes de la destrucción de todo.

Salud





martes, 20 de febrero de 2007

El final del arco iris


- Dicen que esta isla tiene magia...
- Si, es verdad. Mis padres han visto cosas a las que nadie podría darles explicación.
- Ja ¿Como qué? ¿Como David Copperfield o el mago Oli?
- No, tú no sabes que hubo un momento en que la población de brujos era más que la de limpios, y que desde siempre han existido miles de criaturas extrañas: camahuetos, invunches, el trauco, el caleuche...
- ¿Y cuántas de chicha hay que tomar para ver alguno de esos camavunches?
- Camahuetos.
- Eso...
- Ríete no más, ya te quiero ver cuando te toquen esas noches de lluvia y estés solo.
- No me entran balas pues amigo.
- ¿Quieres ver algo? fíjate en ese arco iris del fondo.
- Lluvia más sol, igual efecto prisma. Bonita foto para postal.
- Eso es lo que te dijo un libro, pero vamos a buscar el pie del arco, y es más que seguro que encontraremos algo.
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De mala gana, porque me interesaba más tomar fotos que buscar seres deformes, seguí a mi improvisado guía en busca del pie de los colores. Entre medio, me comentó de algunas comidas y otras costumbres dentro de la isla, pero creo que me perdí la mitad de su monólogo porque a cada paso fui encontrando nuevas plantas de formas raras, olores como el azufre, fogones con gente danzando alrededor, una mujer desnuda cepillando su pelo frente al mar, carneros con un cuerno en la frente y varios pájaros de rostro humano dando alaridos que parecían presagiar la muerte; así, era imposible que pudiera seguir más de dos palabras oídas a medias. Al poco de caminar, vimos que un barco de vela muy luminoso flotaba sobre el mar y pude percatarme de que mi acompañante se tapó inmediatamente los ojos. Yo, en mi afán de turista, no pude evitar lanzarle unos flashazos con mi cámara, pero hubo algo que me hizo paralizar y caminar en dirección a la nave como si me dirigiera hacia un cargamento de cervezas gratis para mí solo...
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Hubo un momento en que sentí un fuerte piedrazo en la cabeza, que me dejó tumbado a la orilla de la playa. Lo próximo son sólo recuerdos estáticos: mi compañero arrastrándome de un brazo sin descubrirse los ojos, mi cara y todo mi cuerpo llenos de tierra, y la casita de madera que se encontraba en la cima de una colina. Lo próximo fue dolor de cabeza y comenzar a ver nuevamente en veinticuatro cuadros por segundo.
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- ¿Dónde estamos?
- En un lugar seguro, ¿viste que acá pasan cosas raras?
- Sí, claro, es muy raro que tus amigos te lancen piedras en la cabeza por nada. No me vayas a salir ahora con que estás poseído.
- ¿No me crees? Mira las fotos que le tomaste al barco.
- Déjame ver...
- ¿Y?
- Nada.
- ¿Cómo? si era el Caleuche.
- Más tenia cara de buque escuela Esmeralda. No me vengas con esos cuentos de barquitos fantasma que yo no me voy a tragar otra de esas visiones lisérgicas que parecen tener tan comúnmente las personas de acá. Además, estoy cansado y quiero... ¿me vas a decir donde estamos?
- Es la casa de don Ulises Borquez. Descuida, anda cortando leña.
- O sea, llegamos y entramos. Vámonos, no vaya a llegar con los pacos.
- No, él nos dijo que lo esperáramos acá.
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Entró un señor regordete, de cara amable y un pelo crespo que más parecía peluca de afro que otra cosa. Hablamos, y mucho; yo me sentía muy bien disfrutando de la conversación y la suculenta once que nos sirvió, pero mi acompañante se sentía inquieto porque al parecer quería comprobarme lo más luego posible la existencia de las quimeras que andan rondando en esos parajes. Sencillamente, no entiendo la gente de estos lugares: antes de despedirnos de don Ulises, quiso que yo específicamente me quedara sentado por cinco minutos más, mientras mi amigo estaba fuera. Mientras yo me sentía como bacteria bajo el microscopio, lanzó un puñado de afrecho al fuego y se quedó estático, mirándome. Comencé a estornudar y no entiendo cuál fue el impacto que le habrá causado, pero nunca vi a una persona sacar tanto los ojos de sus órbitas. Me asusté, y salí rapidamente sin siquiera despedirme. A lo lejos, podía ver que el señor Borquez limpiaba con unas ramas humeantes el marco de la puerta de su casa.
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Después de más o menos dos horas caminando, comenzamos a ver más cerca el arco iris. Yo creía que siempre se vería como algo lejano, pero lo raro es que se mostraba cada vez más grande: señal inequívoca de que estaba próximo. Esto último me estaba inquietando un poco, puesto que nunca me había enfrentado a algo que saliera de lo normal. Finalmente, estábamos llegando a nuestra meta; ya veíamos que esa gran curva de colores terminaba detras de unos matorrales a no más de dos minutos de caminata. Confieso que igualmente sentía una agitación por llegar al objetivo que nos había mantenido más de ocho caminando, con las vicisitudes que fuimos sufriendo en el camino y lo inexplicable de encontrar el fin del arco iris.
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- Llegamos. Asómate y mira qué hay detrás de los arbustos.
- Observé cautelosamente, por si eran verdad los cuentos - Pff ¿Y para ver a ese tipo me trajiste? Vámonos de vuelta mejor.
- Ya vas a ver. Tarde o temprano vas a encontrar algo que te sorprenda y ojalá no te haga daño.
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Yo no sé qué le ven de extraño a un pelirrojo bajito enterrando una olla con monedas brillantes. Lo único raro, era que vestía de irlandés.
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Estos chilotes son muy extraños.

lunes, 19 de febrero de 2007

Lo aprendido en Chiloé

aprendí a sacar buenas fotos,
aprendí qué es un tábano y cómo ahuyentarlo,
aprendí a hacer panqueques,
aprendí a usar mi propio cuerpo para evitar el frío,
aprendí que después de dos días, la mochila en la espalda no pesa,
aprendí a mantener viva una fogata,
aprendí que estar solo no es aburrido,
aprendí que ver a otro ser humano después de días es un premio,
aprendí lo ingratos que estamos siendo con la tierra,
aprendí a disfrutar de los paraísos naturales, y no abusar de los artificiales,
aprendí que todavía existen manzanas buenas en el cajón,
aprendí que la simpleza de la madera se sustenta en todo un universo,
aprendí que todavía hay gente que estira la mano sin esperar nada,
aprendí que un lugar no es un paisaje, sino que es movimiento y vida,
aprendí que los otros no necesariamente están equivocados,
aprendí que cada persona es una novela erguida en dos pies, y que de nosotros depende ser Dostoievsky, Unamuno, Bukowsky o Manuel Rojas,
aprendí que debo cambiar mi forma de ver las cosas y mi estilo de vida,
aprendí que debo aprovechar cada momento de mi gente.

Aprendí que un viaje no es sentarse a tomar sol en un resort en el Caribe, ni ir al lugar con mayor cantidad de discotheques. El viaje es un baño espiritual, es una instancia de conocimiento que no necesariamente implica comodidades. Para qué decirles como me siento; estoy como el cazador que ha vuelto a su cueva con una presa.

Salud


sábado, 3 de febrero de 2007

El DISCURSO DEL SHILOTERS

Hubiera querido irme de vacaciones pronunciando un discurso que los hiciera reflexionar. Reflexionar sobre el universo, la vida, la muerte, sus familias, su rol en el mundo, el ombligo de Adán y Eva y muchos otros rompecabezas, pero en estas circunstancias francamente me importa un pucho el maldito sentido de la vida. Este es el momento de gozar.

No los dejaré llorando,
ni riendo;
pero sí,
deseo que les vaya bien en este tiempo,
o que se encuentren un(a) top model,
o que se ganen el Kino,
o que logren la paz mundial,
o que triunfen como actores porno,
en fin.

Hasta lueguito

PD: si alguien me lee, estaré mandando fotografías desde el lugar de los hechos.